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IGNASI ABALLÍ. WHITE PAGES

A cargo de Anna Roigé

Centre de documentació

DAR EN EL BLANCO

La página en blanco significa, en su acepción cotidiana, el lugar de un bloqueo creativo del escritor, el síndrome de una carencia, la promesa de lo por venir, la espera de la inspiración. Para un artista visual como Ignasi Aballí, la página en blanco se convierte en un destino en sí mismo, en un espacio donde se pierde la mirada, trascendiendo la imagen. Para uno, la ausencia de palabras y, por lo tanto, de sentido; para el otro, una imagen que no es tal, la saturación de lo visible, como ante una luz deslumbrante. Una página que es inmanencia pura, un horizonte de posibilidades infinitas. El regreso a monocromo por la puerta de atrás, la que lleva al libro y no al cuadro.

No es lo mismo una página de cuaderno o una hoja de papel suelta que las páginas en blanco en un libro impreso. En estas no hay vértigo creativo ni temblor de la palabra en potencia. La palabra no está ni se la espera. No es su lugar. Esas páginas del libro son un gozne, una frontera, un intersticio. Estamos tan familiarizados con ellas que ni las vemos, ni las leemos. Son una antesala al texto que sigue, o una pausa que hace de puente, o un silencio prolongado cuando acaba la palabra, al final del libro. Aballí nos recuerda que esta página en blanco es una imagen con materialidad propia. La desfamiliariza aislándola fuera de contexto, nos invita a que nos fijemos, que detengamos en ella la mirada. Y poniéndolas juntas, acompañándolas de sus camaradas huérfanas, nos hace notar la diferencia, el tono, la textura, las imperfecciones, la huella del tiempo. No todas son iguales. Ningún espacio en blanco está vacío. Asomarnos a este no-lugar es un ejercicio de contemplación semejante al que inducen otras propuestas en la fértil tradición pictórica del monocromo.

Un siglo y medio antes de que Kazimir Malévich pintara su Cuadrado negro, Laurence Sterne inserta en el primer volumen de The Life and Opinions of Tristram Shandy, Gentleman (1759) dos páginas negras, en el anverso y reverso de la hoja, para significar lo insondable de la muerte y el duelo por el pobre Yorick. Y en el sexto volumen deja una página en blanco para que el lector pueda «pintar» a gusto de su imaginación a un personaje femenino. Páginas para ser vistas, no para ser leídas, que interrumpen el discurrir de la palabra. Crea un hueco por donde se cuela una pregunta y la provocación del sinsentido. La hoja en blanco no está del todo en blanco, tiene un lugar y una función, ni el papel blanco es del todo blanco. Está en blanco en tanto que metáfora que aboca a la nada y acompaña al pensamiento. Como objeto material, está lleno de imperfecciones y anomalías. En las páginas negras del Tristram Shandy apreciamos las variaciones de la tinta en la impresión; en la blanca, la tonalidad del papel y el paso del tiempo, pero la radicalidad de la experimentación es intemporal, o adelantadamente moderna.

A diferencia de «Leer imágenes», otro proyecto de Aballí que hay que leer e imaginar mediante pies de foto que remiten a unas fuentes originales que ya no están, destiladas y pintadas en un solo color que las sintetiza, aquí no hay anclaje verbal al que agarrarse. La página está desnuda, no solo ella sino el libro entero está en blanco: sin título, sin autor, sin pie de imprenta. Tampoco hay pintura; estas páginas que nos ofrece Aballí son objets trouvés, ready-mades no menos producidos en serie que los de Marcel Duchamp. Para fabricar su propia serialidad reproducible, Aballí desmonta los libros y reconfigura las páginas sueltas en su propia versión del cortar y pegar. Después desmonta su propio libro para desperdigarlo como exposición. Violenta los libros y en esta agresión aparentemente poco cruenta hay, sin embargo, un eco del gesto de Luis Buñuel al cortar un ojo con una navaja de afeitar en el prólogo a Un chien andalou: cortar con una forma tradicional de visión para dar paso a otra mirada. Una nueva mirada sobre un objeto muy viejo y muy visto, tanto que resulta invisible. Para invitar a la contemplación, hay que pasar a la ofensiva, cortar, separar, desencuadernar, recomponer. Y así quedarse en blanco. Apuntar al mínimo común denominador entre el espacio de la palabra y el de la imagen, a un no-lugar fronterizo, para dar en el blanco.

 

Antonio Monegal

Ficheros